España Prerromana

1.- INTRODUCCIÓN

Según el epígrafe del tema, se hace alusión a la península Ibérica, y no a España como entidad. Así, si bien no cabría hablar de una prehistoria española, sí es obvio que debemos partir desde los más antiguos pobladores de los que tenemos noticia. Desde fechas muy remotas la península fue asiento de comunidades. En varios yacimientos, y sobre todo en Atapuerca, se han encontrado tipos humanos anteriores al Homo sapiens.
La etapa prehistórica es obviamente la más oscura. Con todo, los restos materiales y humanos encontrados han permitido trazar las grandes líneas de la vida humana durante la prehistoria (en el desarrollo del tema sigo las líneas filogenéticas más actuales planteadas por los investigadores de Atapuerca, si bien están sujetas a continuas revisiones y reinterpretaciones, además de no ser aceptadas por toda la comunidad científica). Desde mediados del primer milenio a.C. hay ya fuentes escritas (la mayoría textos griegos), que han permitido un mejor conocimiento de los pueblos que habitaban la península. Aún así, hay muchos espacios oscuros, y muchos datos no se pueden precisar. En esta época con escritura llegan a la península pueblos procedentes del Mediterráneo y del continente europeo. Se va a generar un mosaico de pueblos que se califican conjuntamente como prerromanos, con diferentes grados de desarrollo, y de los que se tienen desiguales noticias. El panorama se aclara con la llegada de los romanos y la romanización, que marcan gran parte del devenir histórico de la península.

Antes de abordar el desarrollo histórico de la Península es preciso además recordar algunos de los condicionantes geográficos que han sido decisivos desde los orígenes:
· el carácter peninsular explica una historia volcada al mar y ha permitido la llegada de influencias e intercambios culturales múltiples
· por otra parte, el aislamiento respecto a Europa, por la presencia de los Pirineos, ha contribuido en ocasiones a generar una separación relativa entre la evolución peninsular y la del resto del continente
· a su vez, el hecho de constituir el eslabón que une Europa con África ha hecho de la Península un nexo de interconexión entre los fenómenos histórico-culturales procedentes de Europa y África
· un cuarto factor (si bien con más influencia desde la Edad Moderna) es la doble influencia atlántica y mediterránea, que en momentos distintos hizo participar a los pueblos peninsulares, alternativamente, de los fenómenos hegemónicos procedentes del este y del oeste

En relación a la geografía interior, está determinada por una compleja orografía y un clima muy variable, fenómenos que a lo largo de la historia han producido una variedad cultural, de formas de vida y mentalidades que explican al menos en parte la diferenciación permanente de los distintos ámbitos del territorio.


2.- LA PREHISTORIA

2.1.- Los primeros humanos: el proceso de hominización en la Península. El Paleolítico

Los primeros restos humanos en la Península Ibérica se remontan a hace más de 800.000 años. Los restos más antiguos se han encontrado en la Sima de los Huesos y en la Gran Dolina de Atapuerca. El Homo antecessor (que significa tanto “hombre que antecede” como “hombre pionero”) es datado con una antigüedad de unos 800.000 años.
Además de este Homo antecessor también se han encontrado restos de Homo neanderthaliensis (con una antigüedad de unos 95.000 años) y Homo sapiens (hace unos 35.000 años). Este último ya era un ser humano con rasgos físicos semejantes a los actuales, capaz de crear instrumentos de cierta complejidad y de expresar sus creencias mediante rituales funerarios y pinturas en los abrigos de piedra o en el interior de las cavernas. Todavía no está clara la filogénesis, si bien las teorías de los investigadores de Atapuerca apuntan al Homo antecessor como antecedente tanto del heidelbergensis, que conduciría al neandertal, como del Homo erectus, que sería el eslabón que conduciría al sapiens, por lo que sería un antepasado común de Cromagnon y de Neandertal.
Hasta Atapuerca, la investigación arqueológica situaba la aparición del hombre en Europa en torno a los 500.000-600.000 años. Se pensaba en pequeñas hordas de cazadores pertenecientes a una variedad del Homo erectus. El descubrimiento del Homo antecessor supone retrasar a cerca de los 800.000 años las poblaciones más antiguas asentadas en el continente europeo de las que hay testimonios inequívocos.

El término Paleolítico significa literalmente piedra antigua. Constituye la primera y más larga etapa de la Prehistoria. Dada su enorme duración, se suele subdividir en cuatro períodos: Inferior, Medio, Superior y Mesolítico o Epipaleolítico, que sería la etapa de transición al Neolítico. Todo indica que los grupos humanos tenían pocos miembros y eran cazadores y recolectores, teniendo por tanto una vida nómada. Además, hay que tener en cuenta que estos primeros pobladores vivieron en unas épocas de grandes oscilaciones climáticas que modificaron sucesivamente el ambiente natural.

2.1.a.- El Paleolítico Inferior

Se extiende desde la aparición de los primeros vestigios humanos hace 800.000 años hasta aproximadamente unos 100.000. Durante este tiempo habitaban la Península dos especies del género Homo: el Homo antecessor y el Homo erectus, que se alimentaban a partir de la caza, la pesca y la recolección. Estarían agrupados en hordas muy pequeñas, que acampaban en lugares al aire libre próximos a los ríos, sin hábitat permanente. Esto es, practicaban un cierto nomadismo, siguiendo quizá las migraciones estacionales de las manadas de animales. Hace unos 250.000 años se desplazaban por la submeseta Norte grandes manadas de animales, entre ellos elefantes (como queda patente en los restos de Ambrona y Torralba, en Soria). La caza se practicaba mediante un sistema de trampas y pozos: los cazadores actuaban en pequeños grupos, acechando el paso de la manada hasta lograr empujar a los animales a sus trampas. Las presas eran abatidas con lanzas y despedazadas en el mismo lugar de la captura.
En este periodo se inició la tecnología de las piedras talladas, con la que se fabricaban instrumentos como bifaces, raederas, percutores..., que se han encontrado por toda la Península. Los utensilios, que corresponden a la técnica achelense, tenían funciones poco diferenciadas, y, en muchas ocasiones se han encontrado junto a restos óseos de grandes mamíferos, lo que puede indicar que los abandonaban tras la caza. Algunos de los restos de Atapuerca parecen demostrar que estos primeros pobladores peninsulares pudieron haber practicado también el canibalismo.

2.1.b.- El Paleolítico Medio

Se desarrolla entre los años 100.000 y 35.000 a.C.. Es fundamentalmente el período del Homo neanderthalensis, si bien, al menos a finales del período convivieron neandertales y sapiens. Hay restos de neandertales en el norte y el este de la Península.
Los neandertales siguen siendo grupos de cazadores y recolectores, pero con ellos, junto a la vida al aire libre, cada vez adquiere más importancia la utilización de cuevas y abrigos, quizá al desarrollar su cultura coincidiendo en buena parte con la glaciación Würm, que hizo el clima más duro. Además, avanzan en algunas técnicas, siendo los instrumentos, pertenecientes a la cultura musteriense, mucho más diversos y especializados, y con formas previamente planificadas, que implican un desarrollo de la abstracción. Una de las principales características de este periodo es esta diversificación de los utensilios de piedra: lascas, puntas de flecha, buriles, cuchillos, raspadores..., además del uso de la madera y el hueso para la fabricación de instrumentos.
Otro rasgo destacado es el creciente uso del fuego, que tuvo una importancia decisiva para la vida humana: iluminación de noche, calor, cocción de alimentos, protección frente a los animales...
También muestran interés por objetos curiosos y practican enterramientos, a veces rodeados de restos de ciertos rituales, que nos indican la existencia de las primeras creencias de tipo espiritual. En Cueva Morín se encontró un cadáver con la cabeza y los pies cortados, que fue enterrado con un cervatillo como ofrenda.

2.1.c.- El Paleolítico Superior

Se extiende entre 35.000 y 10.000 a.C.. En esta fase se produjeron grandes cambios. Después de un corto período de convivencia entre las dos últimas especies humanas, el Homo neanderthalensis se extinguió y se impuso el Homo sapiens (Hombre de Cromagnon). Es la época de los grandes cazadores, especializados en la caza de ciervos, cabras, renos... Su cultura es ya muy evolucionada: vivían en cabañas al aire libre, y, sobre toso en las zonas más frías, también en cuevas. Debieron ser grupos nómadas que ocupaban alternativamente zonas de caza. La abundancia de yacimientos indica, por otro lado, un significativo aumento de población, paralelo a una dieta más diversificada, que incluía la pesca, la recolección de frutos y el marisqueo.
En el aspecto tecnológico, la industria lítica es de gran refinamiento. Los utensilios de piedra tallada (raspadores, buriles, puntas de flecha...) eran muy especializados y adecuados para despedazar a los animales, preparar las pieles y decorar los huesos. Además, hay un auge de la industria del hueso, que dio lugar a la aparición de nuevos instrumentos aptos para la caza y la pesca: azagayas, agujas, punzones, arpones, alfileres y anzuelos.
El avance es también muy notable en aspectos culturales y espirituales. En el plano cultural encontramos objetos artísticos, adornos y pinturas parietales, que aparecen en las paredes de cuevas y abrigos de la zona cantábrica (Altamira, Tito Bustillo, Castillo...), donde se han encontrado representaciones de animales de épocas frías (bisontes, renos), y en las que hay una representación de esta fauna glacial naturalista, detallista y con policromía. En el plano espiritual aparecen enterramientos, ajuares funerarios, pequeñas esculturas...

2.1.d.- El Mesolítico o Epipaleolítico

Abarca desde los 10.000 a los 6.000 años a.C.. Es una fase de transición caracterizada por el calentamiento climático, que lleva a la época geológica y climática actual. Este calentamiento provoca que desaparezcan de la Península los grandes animales, por lo que se produce una diversificación económica, y la caza y recolección se concentran más en pequeños animales de la fauna que aún existe: cabras, conejos, pájaros, caracoles... Este empobrecimiento de la fauna provocó una adaptación del utillaje de sílex. La industria lítica va a producir instrumentos de pequeño tamaño, los microlitos, adaptados a mangos de madera y hueso.
Aunque no hay acuerdo entre los especialistas, algunos de los cuáles sitúan el conjunto en el Neolítico, buena parte de las pinturas de la zona levantina parecen corresponder a esta época final. Suelen ser monocromas y representan fundamentalmente escenas narrativas (caza, recolección...), en las que aparecen hombres y mujeres con formas muy estilizadas realizando diversas tareas. La fauna corresponde a animales de zona templada (ciervo, jabalí...) Estas pinturas permiten ya interpretar una posible división del trabajo y deducir los modos de vida, el tipo de armas, la forma de cazar... de los pobladores de la época.
Durante el Mesolítico los grupos humanos se fueron haciendo progresivamente sedentarios. La caza y la recolección seguían siendo las actividades principales, pero se combinaban con otras tareas productivas.

2.2.- El Neolítico: agricultores y ganaderos

Literalmente significa piedra nueva. Se desarrolla entre los años 10.000 y 3.000 a.C., aunque para la Península es más tardío respecto a los núcleos más precoces de Oriente Medio y los Balcanes, desarrollándose entre 6.000 y 3.000 a.C.. Supuso un cambio decisivo en la vida de la humanidad, hasta el punto de hablarse de revolución neolítica. Como en el resto de Europa, es ante todo un desarrollo procedente de exterior, del Próximo Oriente, que irá penetrando en oleadas hacia el interior a partir del Mediterráneo entre el VI y el IV milenio, mezclándose en su evolución con rasgos autóctonos.
Se caracteriza por el descubrimiento de la agricultura y la domesticación de los animales, pero también por la invención de la cerámica, la cestería y el tejido, la creación de una arquitectura y la fabricación de herramientas con piedras pulimentadas. Sus consecuencias fueron trascendentales, al pasarse de una economía predadora basada en la recolección, pesca y caza, a otra productiva, en torno a la agricultura y la ganadería. Además, se construyen poblados estables, con lo que sus habitantes pasaron de nómadas a sedentarios. Las tareas agrícolas y ganaderas y la obtención controlada de alimentos produjo también la división del trabajo y la aparición de diferencias sociales y, por primera vez, de la propiedad privada. Además, la industria se diversificó, se desarrollaron útiles agrícolas (azadas, hoces, molinos de mano), adquirieron gran desarrollo los instrumentos de madera, hueso y asta, y sobre todo, se extendió la cerámica, esencial para la cocción y conservación de los alimentos.

En la Península podemos distinguir dos fases dentro del Neolítico:
· una primera, desde el VI milenio, localizada en las sierras paralelas a la costa mediterránea y en Andalucía. Los centros básicos de la vida son las cuevas, y, aunque hay restos de prácticas agrícolas, la ganadería predomina sobre la agricultura. Se habla de la cultura de la cerámica cardial, ya que un elemento destacado de esta fase es un tipo de cerámica (cardial), decorada con dibujos realizados con los bordes dentados de berberechos (cardium edule) y otras conchas marinas. El yacimiento más importante de este Neolítico Antiguo es el de la cueva de l’Or en Alicante, fechado en torno al 4.000 a.C..
· La segunda fase, desde el IV milenio, supone la expansión por el resto de la Península, con asentamientos en ambas Mesetas, valle del Ebro y País Vasco. El rasgo más característico (si bien identificado sólo en el noreste peninsular) es el desarrollo de la cultura de los sepulcros de fosa (Cataluña), caracterizada por tumbas individuales con ajuar. Los difuntos se enterraban en cámaras revestidas de losas de piedra, que formaban necrópolis cerca de los poblados, y los enterramientos solían acompañarse de ofrendas, collares de calaíta (turquesa), vasijas de cerámica y pequeños utensilios. Están vinculados a pueblos de agricultores que vivían en cabañas circulares situadas en las llanuras y valles cultivables. Los restos funerarios prueban que era un sociedad dividida ya en grupos sociales, posiblemente a través del trabajo.
Un descubrimiento importante de esta época fue la minería, documentada en las minas de Can Tintoret en Gavá (Barcelona). Se han encontrado pozos con galerías de los que se ha extraído un tipo especial de piedra, llamada variscita, que se perforaba para hacer collares y depositarlos en el ajuar de los difuntos.
Hacia el año 3.000 a.C. casi todo el territorio peninsular fue el escenario de una espectacular eclosión de poblados de agricultores. Lo más destacado de esta época es la edificación de grandes monumentos megalíticos (si bien otros autores los sitúan en el Calcolítico). Son monumentos funerarios colectivos realizados con grandes bloques de piedra (megalitos): de esta época son menhires, dólmenes y cuevas dolménicas o sepulcros de corredor, cubiertas por un túmulo.

2.3.- La aparición de la metalurgia. La Edad de los Metales

El uso de los metales supone un avance decisivo en el desarrollo cultural, a partir de finales de la etapa neolítica. En esta época se diferencian la Edad del Cobre (Calcolítico) y la Edad del Bronce. La Edad del Hierro puede considerarse ya como histórica, al haber escritura, al menos en algunos pueblos, si bien, como veremos, los testimonios escritos son griegos o romanos (escritos con posterioridad) o bien no han podido traducirse aun (escritura ibera).

2.3.1.- El Calcolítico

La metalurgia del cobre se inició hacia el 3.000-2.500 a.C. en Andalucía oriental y Murcia. Dos culturas de gran interés quedan asociadas a esta etapa en la Península:
· la Cultura de los Millares aparece en la zona de Murcia y Almería entre 2.500 y 1.800 a.C.. Recibe este nombre por el principal yacimiento. Es una sociedad densamente poblada, con una agricultura de regadío más avanzada, que explotaba las minas, fundía y elaboraba piezas de cobre, y vivía en pequeños poblados, situados en colinas para facilitar su defensa, donde son muy llamativas las inmensas murallas y las zonas de fortificación. Las casas eran de planta oval, con tejados de ramaje y zócalos de piedra, y tenían silos para guardar el grano y hornos para fundir el mineral.
Sus enterramientos eran de carácter megalítico, y en el interior de las tumbas se encuentran multitud de objetos de cobre, algunos incluso con inscripciones egipcias, lo que demuestra que había relaciones con la otra orilla del Mediterráneo

· la otra cultura del cobre es la llamada Cultura del vaso campaniforme, desarrollada entre 2.200 y 1.700 a.C.. Está ya a caballo entre la metalurgia del cobre y el uso masivo del bronce. Va unida a un tipo de cerámica en forma de campana invertida, cuya característica más importante es su difusión por toda Europa desde su origen ibérico

Para algunos autores, esta es la época de los monumentos megalíticos, tanto de los peninsulares como de los de Baleares (taulas, navetas y talayots). Otros fechan (como hemos visto) los primeros en el Neolítico, y los baleáricos en la Edad del Bronce.

2.3.2.- La Edad del Bronce

En la Península transcurre entre 1.700 y 750 a.C.. Desde el primer milenio conviven culturas del Bronce, del Hierro y de las colonizaciones mediterráneas. Destacan dos grandes culturas:
· en una primera fase, la cultura más importante es la de El Argar (1.700-1.400 a.C.), en la actual Almería. El poblado de El Argar estaba situado sobre un cerro en el que se levantaban casas pequeñas con tejados hechos de juncos y barro, con calles estrechas y empedradas. Parece ser una evolución de la rica tradición almeriense del Neolítico, y los hallazgos hablan de una sociedad dedicada a la agricultura y la ganadería, y en menor medida a la explotación del metal, si bien sus habitantes conocían la metalurgia del cobre y de la plata, metales abundantes en esta región. El bronce (aleación de cobre y estaño) lo utilizaban para fabricar armas, utensilios y adornos, como diademas o collares. Los difuntos solían se enterrados en cajas o urnas, a veces en el subsuelo de las viviendas. Junto al cadáver, es frecuente encontrar un cuenco llamado copa argárica. Se han encontrado poblados y enterramientos de esta cultura en Murcia, Almería, Jaén y Granada
· durante el Bronce final la más desarrollada es la cultura de los campos de urnas, situada en la zona noreste de la Península. Se denomina así por la costumbre de enterrar a los muertos en urnas cerámicas, con o sin ajuar. Es una cultura de difusión europea, que habría penetrado en torno a 1.100, y que pervivió hasta 750 a.C., en plena Edad del Hierro


3.- LA ETAPA PROTOHISTÓRICA. LOS PUEBLOS PRERROMANOS: LAS CULTURAS DEL HIERRO Y LAS COLONIZACIONES

Desde mediados del primer milenio escritores griegos comenzaron a dar noticias sobre pueblos del remoto occidente recogiendo tradiciones aun más antiguas. La más remota se refiere a la fundación de Gadir (Cádiz) por colonos fenicios. Algo antes, en torno al 1.000 a.C., había comenzado la entrada de indoeuropeos (celtas) a través de los Pirineos. De éstos sólo hay información arqueológica, mientras de las culturas del sur y del Mediterráneo, además de material muy abundante, hay escritos que revelan fechas, nombres y datos concretos. A fin de organizar el estudio, dividiré en dos grandes grupos: las culturas del Hierro, que harían alusión a los pueblos que habitaban en la península, y los colonizadores. Los celtas, aun cuando también son pueblos colonizadores, dada la tradición de estudio en España, se englobarán en el primer apartado.

3.1.- Las culturas del Hierro

Desde 800 hasta cerca de 200 a.C. (presencia de los romanos) se desarrolla en la Península la Edad del Hierro, fase final de la Prehistoria, que se confunde con la etapa ya histórica de las colonizaciones de pueblos mediterráneos (fenicios, griegos, cartagineses) y europeos (celtas, si bien éstos ágrafos). Algunos autores, como DOMÍNGUEZ ORTIZ, definen como época protohistórica a este período. En esta época la vida humana en la Península es mucho mejor conocida, gracias a que junto a los abundantes materiales de los yacimientos arqueológicos se conservan testimonios escritos. No obstante, éstos, obra de autores griegos y romanos fundamentalmente, presentan también dificultades de interpretación y deben ser evaluados con cuidado, al ser, o bien posteriores a lo relatado, o realizados en muchas ocasiones con fines partidistas.
A comienzos del primer milenio a.C. se estaba en plena Edad del Bronce. Hacia 800 a.C. comenzó a utilizarse también el hierro, posiblemente introducido por los pueblos indoeuropeos que cruzaron los Pirineos. Desde mediados del milenio se generalizó el uso del hierro. En los seis siglos (800-200 a.C.) que abarca la Edad del Hierro se mezclan, por tanto, los rasgos autóctonos de las culturas nativas con la influencia cultural venida del exterior. En general no hay gran discontinuidad entre las culturas del Bronce y las del Hierro, y los restos arqueológicos muestran más bien una evolución lenta. Sólo las aportaciones técnicas y culturales externas produjeron una progresiva diferenciación entre los pueblos mediterráneos, más avanzados, y las culturas del interior.

A comienzos del siglo V a.C. pueden distinguirse en la península Ibérica dos grandes espacios:
· la zona costera mediterránea y la práctica totalidad de Andalucía, que se corresponden con el territorio ocupado por los asentamientos tartésicos y los pueblos iberos, que reciben una fuerte influencia de fenicios y griegos
· el resto, habitado por otros muchos pueblos con rasgos distintos, influidos por la llegada de las primeras oleadas de indoeuropeos, que los griegos llamadon keltoi (celtas)
En palabras de A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, “en mis libros de texto infantiles constaba la dualidad que está en la base de nuestra historia primitiva: España fue poblada por iberos y celtas, de cuya unión surgieron los celtiberos. Ochenta años después sigue manteniéndose este hecho esencial de la Hispania protohistórica; hubo unos pueblos iberos en el sur y en el este cuya procedencia se ignora, unos pueblos celtas, indoeuropeos, que atravesaron los Pirineos por ambas extremidades y se desparramaron por el interior, y unas tribus que se llamaron a sí mismas celtiberas en el valle del Ebro y en las tierras contiguas de la Meseta”[1].

3.1.1.- Tartessos

Es la cultura más antigua del primer milenio a.C.. Su desarrollo comienza en el siglo IX a.C., coincidiendo su esplendor con los momentos de mayor actividad comercial de los fenicios en Gadir y en los núcleos costeros. El apogeo se daría en los siglos VII y VI a.C. Se situaba en el valle inferior del río Betis o Tartesos (hoy Guadalquivir), incluyendo la ría de Huelva, donde se han localizado yacimientos importantes ligados a la explotación de minas de plata, hierro y cobre. Su área de influencia fue muy grande, incluyendo casi toda Extremadura, parte de La Mancha y toda la costa mediterránea del sureste. Los elementos de esta cultura incluyen capítulos tan avanzados como el urbanismo, vías de comunicación, escritura, industrias de lujo, poesía, estratificación social y formas superiores de organización política.
La existencia de un excedente económico determinó diferencias sociales entre sus habitantes: rey, nobleza terrateniente y comerciantes (con grandes riquezas), artesanos, campesinos (tal vez en condición servil) y esclavos.
Practicaron una agricultura evolucionada, eran buenos navegantes y pescadores, trabajaban los metales y conocían la escritura (tenían un alfabeto similar al ibérico). La explotación minera (cobre, plata, oro) y el tráfico de estaño a través de la ruta de las Cassitérides les permitió un activo intercambio comercial.
El conocimiento nos ha llegado a través de fuentes literarias griegas (Estrabón, Herodoto), que presentan Tartessos como una “ciudad ilustre”, un río, e incluso, un territorio. Los viajes de los griegos les permitieron conocer directamente esta cultura, pero sobre la realidad “bordaron mitos”. Así, estas noticias aparecen mezcladas con leyendas y personajes míticos, como el rey Gárgoris, que enseñó a su pueblo a aprovechar la miel; su nieto, Habis, que unció los bueyes a un arado por primera vez; o el histórico Argantonio (VII-VI a.C.), bajo cuyo reinado Tartessos alcanzó su máximo apogeo. De estas fuentes, que se mueven entre el mito y la realidad, se deduce que el nombre de Tartessos aparece relacionado con la riqueza y la obtención de metales, especialmente estaño y plata. Hoy en día, los especialistas piensan que Argantonio (literalmente “el hombre de la plata”) fue un personaje real, aunque los griegos fabularan acerca de su longevidad. También parece probado su filohelenismo. No es imposible que en ocasiones solemnes se revistiera de las fastuosas joyas que forman el Tesoro del Carambolo u otras análogas, y que habitara un palacio semejante al descubierto en Zalamea de la Serena (Badajoz), un cuadrado de 25 x 25 m., repleto de objetos de lujo y de consumo, que además sería templo y santuario. Así, la monarquía tartésica sería de tipo sagrado orientalizante. Los restos han permitido ver también que su religiosidad estaría asociada a diosas de la fecundidad.
No está claro por qué este mundo entró en crisis en el siglo V, pero desde este momento se deja de tener conciencia histórica de Tartessos. El extenso territorio que ocupaba se fracciona entre distintos pueblos, destacando los turdetanos en el bajo Betis. Desde mediados del V, estos pueblos, junto a los que ocupaban el espacio mediterráneo, recibieron el nombre de iberos.

3.1.2.- Los iberos

Se conoce con el nombre de iberos, llamados así por los historiadores griegos y latinos, a los primeros pueblos históricos que, a partir del siglo V a.C., habitaban la costa mediterránea, desde el norte de Cataluña hasta la desembocadura del Guadalquivir, y el valle del Ebro hasta Zaragoza. Pese a ser independientes entre sí, los pueblos iberos tenían numerosos aspectos comunes: una lengua propia parecida que escribían con el mismo sistema de signos (aun no descifrada), rituales funerarios de incineración, tradiciones espirituales y materiales comunes, e incluso, las tradiciones artísticas (donde predominaban la cerámica pintada y la escultura). Estas tradiciones comunes permiten hablar de la existencia de una cultura ibérica, aunque ni política, ni socialmente, ni siquiera étnicamente los iberos constituyeron nunca una unidad. Sus rasgos básicos son consecuencia de la influencia de los pueblos coloniales (fenicios y griegos) sobre la población indígena y las tradiciones del mundo tartésico. Sobre estas bases floreció un magnífico despliegue cultural, superior al del resto de la Península, y comparable con la cultura etrusca y otras mediterráneas.
Los poblados ibéricos (fruto de la evolución autóctona de los pueblos del Bronce) se situaban habitualmente en lugares elevados para su defensa. Una muralla rodeaba el recinto y en su interior se construían las viviendas, de piedra o adobe y cubiertas de ramajes o paja, alineadas a lo largo de las calles, que, por su adaptación al terreno, presentaban grandes desniveles. No se han encontrado edificios públicos ni templos, pero sí necrópolis y santuarios en los que se han hallado numerosos exvotos en bronce o piedra.
Su economía se basaba en la agricultura (cereales, vid, olivo, frutales, hortalizas) y en la ganadería (ovejas, cabras, cerdos, caballos). La trashumancia de ovejas y cabras fue una actividad habitual. Las actividades artesanales más destacadas eran la fabricación de vasijas, bellamente decoradas, mediante torno, y la textil, basada en la lana, el lino y el esparto. La importancia del comercio llevó a la creación de una moneda propia y favoreció el trazado de una ruta comercial terrestre, la Vía Hercúlea, que atravesaba todo el territorio de los iberos, desde el norte del litoral mediterráneo hasta Gadir.
Uno de los aspectos más destacados era el domino de la tecnología del hierro. Con él fabricaban aperos agrícolas, herramientas, adornos y armas, como la célebre falcata ibérica, que portaban los guerreros.
La sociedad estaba muy estratificada, existiendo un grupo social dominante, los régulos, con poder militar y económico, que se enterraban en ricas tumbas. Los guerreros debieron tener también un puesto destacado.
Entre los siglos V y III los diferentes pueblos iberos adquirieron grados diferentes de desarrollo social y político. La forma política más frecuente debió ser la monarquía, ya que según las fuentes literarias clásicas (Avieno, Estrabón, Plinio), la existencia de la realeza entre los iberos parece indiscutible. En el sur su poder fue seguramente más grande, mientras en la zona levantina las actuaciones del rey estuvieron controladas por una fuerte aristocracia con poder político. Otros autores señalan que la mayoría de los pueblos estarían dirigidos por una elite aristocrática que controlaría la producción campesina y ejercería su dominio mediante la fuerza militar.
Las manifestaciones artísticas principales fueron la escultura y la pintura sobre cerámica, además del trabajo de joyería. Destacan las grandes esculturas femeninas oferentes en piedra, como la Gran Dama del Cerro de los Santos (Albacete), que sostiene con ambas manos un vaso de ofrendas, y las esculturas funerarias (Damas de Elche y de Baza), perforadas en su parte posterior para depositar las cenizas del difunto. También hay esculturas en bronce y plomo, realizadas mediante el procedimiento de la cera perdida. Además, son de gran interés las esculturas de animales fantásticos, que se colocaban como guardianes de los sepulcros. Destaca la Bicha de Balazote, con cabeza humana y cuerpo de animal.

3.1.3.- Los celtas

Se conoce como pueblos celtas a los diferentes pueblos que ocupaban el centro y norte de la península (celtíberos, cántabros, astures, galaicos, vacceos, lusitanos...). Pese a su diversidad, tenían en común su pasado indoeuropeo, y, según DOMÍNGUEZ ORTIZ, la lengua, reconocible por topónimos diseminados desde Gran Bretaña hasta Anatolia.
Penetran en la Península en varias oleadas, bien a través de invasiones masivas o de infiltraciones. La primera oleada se da hacia el año 1.000 a.C., y afectó a la mitad norte de España. La segunda, más amplia, llegó hasta las tierras del sur y el este, aunque con menos fuerza, mezclándose y diluyéndose con el elemento ibérico. Además, los pueblos que se asentaron en el noreste recibieron el influjo de los colonizadores, mientras los que se asentaron en el norte, centro y oeste conservaron muchas de sus características: religión, organización política y social...
Los pueblos célticos instalaron sus poblados en colinas y zonas altas, y casi siempre construían una doble muralla con finalidad defensiva. Entre ambas murallas guardaban el ganado. Aun cuando en algunos pueblos meseteños, como los vacceos, la base de la economía era la agricultura cerealística, la actividad económica fundamental era la ganadería, lanar y vacuna. La existencia de toscas esculturas zoomorfas (que quizá indicaban vías pecuarias o límites tribales) señala este predominio de la ganadería.
Todos estos pueblos conocían la metalurgia del hierro, sobresaliendo los celtíberos, habitantes del valle del Ebro y del Este de la Submeseta Norte, que consiguieron un gran dominio en el fundido y el temperado de las armas.
La organización social se basaba en tribus agrupadas en clanes, gobernadas por una aristocracia guerrera elegida por una asamblea formada por los jefes de las familias más notables. Había por tanto unidades y federaciones de grupos humanos unidos por lazos familiares o gentilicios, pero, frente a los iberos, sin formas superiores de organización política.
De los pueblos establecidos en el norte de la Península, los más conocidos son los galaicos, que ocupaban una zona más amplia que la Galicia actual. Construyeron los castros, formados por dos o tres recintos concéntricos amurallados, en cuyo interior se situaban las viviendas, de forma circular, con muros de piedra y cubierta cónica de paja o ramas. Además de a la ganadería, se dedicaban también a la pesca y el marisqueo. Rasgo importante de esta cultura castreña fue el desarrollo de la orfebrería, fundamentalmente en oro.

Mención especial merecen los vascos, que, si bien algunos autores consideran como celtas, siguen teniendo un origen misterioso. Lo que no es cierto es que el pueblo vasco fuera impermeable a influencias exteriores, ya que quedan huellas de presencia céltica y romana, y el cristianismo penetró en fechas anteriores a lo que se pensaba. También parece probado que la lengua vasca abarcó en tiempos remotos un área más extensa que en la actualidad. Con todo, sigue siendo una incógnita tanto el origen de la lengua como el del propio pueblo vasco.

3.2.- Las colonizaciones

Coincidiendo con la llegada de los indoeuropeos, dos pueblos mediterráneos, más avanzados que los asentados en el solar hispano, llegaron navegando a las costas peninsulares: los fenicios y los griegos. Posteriormente, los cartagineses tomarán el relevo semítico de los fenicios, y lucharán con Roma por el predominio del Mediterráneo occidental. Las guerras púnicas abren la puerta a la conquista de la Península por Roma, que motivará la apertura definitiva a la Historia, y marcará algunos de los rasgos decisivos de la evolución posterior, al dejar, tras su caída, una gran herencia cultural: lengua, derecho, religión, modos de vida...


3.2.1.- Los fenicios

Los fenicios iniciaron sus viajes por el Mediterráneo en torno al año 1.000 a.C., y fueron los primeros en llegar a la costa mediterránea de la Península a mediados del IX a.C.. Su colonia más importante fue Gadir (Cádiz), cuya fecha de fundación más probable es en torno a los años 800 y 775 a.C.. Gadir era la más occidental de una serie de factorías fundadas en la costa de África (Tingis, Cartago...) y en el litoral de la península Ibérica, desde Cataluña hasta Gibraltar: Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar), Abdera (Adra)...
La mayoría de las colonias eran pequeñas factorías, situadas en colinas cercanas a la costa, cuya actividad principal era el comercio. De hecho, la razón esencial de las colonizaciones mediterráneas (fenicias y griegas) fue, según VIGIL[2], el interés económico que suscitaban ciertos productos, principalmente las riquezas mineras (estaño, plata, cobre, oro), pero también pesquerías y salazones, orfebrería o sal. A cambio de estos productos, los pueblos peninsulares recibían tejidos, joyas y objetos de adorno, lo que demuestra la existencia de clases dirigentes acomodadas.
Las principales contribuciones de los fenicios a las culturas indígenas fueron la generalización del uso del hierro, la creación de factorías para salar y conservar el pescado, la construcción de salinas, la aportación de nuevas técnicas para la fabricación de cerámica (como el torno de alfarero), o la utilización de púrpura para teñir tejidos (se han encontrado en la costa de Almería depósitos de conchas de múrex, utilizadas para este fin). Con todo, quizá la aportación más importante fue la introducción de la escritura alfabética (alfabeto fenicio).
Los fenicios rivalizaron con los griegos por el control del comercio de los metales. Después de algunos enfrentamientos, se replegaron hacia el sur, abandonando algunas colonias y factorías que poseían en la actual Cataluña (donde se han descubierto asentamientos fenicios).
Cuando la metrópoli (Tiro) fue ocupada por los persas (siglo V a.C.) los enclaves fenicios de la Península pasaron a depender de Cartago, ciudad fenicia. Bajo el dominio cartaginés extendieron sus enclaves a Ebussus (Ibiza), donde crearon un importante centro de intercambio comercial.


3.2.2.- Los griegos

Los griegos llegaron a la Península desde Massalia (Marsella) poco después que los fenicios. Se establecieron en el golfo de Rosas y en la costa levantina, donde fundaron enclaves muy importantes, como Rhode (Rosas) o Emporión (Ampurias), en la actual Gerona; y posiblemente también Hemeroskopeion (¿Denia?) y Heraclea (¿Alicante?). La importancia de algunas ciudades griegas se pone de manifiesto por la acuñación de monedas propias, aceptadas en todo el Mediterráneo.
Ejercieron gran influencia sobre las poblaciones indígenas, como lo demuestra la gran cantidad de objetos griegos encontrados en las tumbas y poblados de toda la zona de influencia. La aportación griega a los pueblos ibéricos llegó incluso a transformar la economía indígena, ya que los griegos les compraban cereales y les vendían manufacturas, pagando estos intercambios con moneda. Además, introdujeron nuevos cultivos, de gran importancia hasta la actualidad, como la vid o el olivo. También trajeron y extendieron nuevos animales domésticos como el asno o las gallinas, difundieron el uso del arado, aportaron innovaciones en la fabricación de tejidos y cerámicas, etc.

3.2.3.- Los cartagineses

Sustituyeron a los comerciantes fenicios y se instalaron en factorías comerciales desde las que controlaban los productos del interior, sobre todo las minas de Cástulo (Linares). Su apogeo en la Península abarca los siglos IV y III a.C., y dejaron su influencia sobre las culturas ibéricas. Así, abundan restos de esta influencia cultural: cerámicas, objetos funerarios, culto a Tanit y otros dioses púnicos... Una de las colonias más importantes era Ebussus (Ibiza), enclave estratégico en el dominio naval del Mediterráneo occidental por los cartagineses. En un primer momento su actividad fue esencialmente comercial, pasando luego a tratar de conquistar el territorio tras la derrota en la primera guerra púnica, que les hizo perder el control de Sicilia. Sus pugnas con Roma (segunda guerra púnica) marcarán el devenir de la Península, al abrir el paso a la conquista por Roma y la paralela romanización.


4.- ROMA

Entre 264 y 146 a.C. tienen lugar las guerras púnicas, que suponen la lucha entre Roma y Cartago por el dominio del Mediterráneo occidental. La primera terminó con la derrota de Cartago y la imposición por Roma de una fuerte indemnización de guerra. Dada la necesidad de pagar este tributo la actitud de los cartagineses en la Península cambió, y trataron de conquistar el territorio y adueñarse de sus fuentes de riqueza. Entre 237 y 218 conquistaron el sur peninsular con ejércitos dirigidos por los Barca: Amílcar, Asdrúbal y Aníbal. En 227 fundaron Cartago Nova (Cartagena), que se convirtió en su principal base naval y terrestre peninsular.
El avance cartaginés alarmó a Roma, por lo que ambos firmaron en 225 el Tratado del Ebro, que fijaba en este río la expansión cartaginesa. Aun cuando no está claro el motivo del inicio de la segunda guerra púnica, parece que fue el propio Senado romano quien infringió el acuerdo, al firmar un pacto defensivo con Sagunto, ciudad ibera situada al sur del río. Lo más probable es que Roma buscase un pretexto para abrir una nueva guerra, lo que consiguió dos años después cuando Aníbal, convertido en el general jefe cartaginés, atacó Sagunto, y, tras varios meses de asedio, la conquistó. Para otros autores fueron los cartagineses quienes rompieron el pacto, y motivaron el inicio de la guerra.
Sea como fuere, entre 218 y 204 a.C. transcurre la segunda guerra púnica, que tiene lugar en la Península Ibérica, extendiéndose también a la Galia, la península Itálica y el norte de África. Aníbal llegó a amenazar la capital romana, pero la guerra acabó finalmente con la victoria romana y la expulsión de la Península de los cartagineses. Una tercera guerra púnica marcará la destrucción de Cartago, que quedaba “borrado” de la historia.
Desde la expulsión de los cartagineses, Roma, aunque había llegado a Hispania de forma accidental, fue extendiendo gradualmente su dominio, en algunos casos de forma sencilla, y en otros, con duras luchas, como en la conquista de tierras celtibéricas (Numancia) o lusitanas (Viriato), señaladas luego como grandes hitos de la Historia de España. Posteriormente, Augusto completó la conquista cuando ya la romanización llevaba mucho tiempo en marcha. En el año 19 a.C. se puede considerar que toda Hispania quedaba bajo la “pax romana”, tras el sometimiento de los pueblos de las montañas cantábricas.

La romanización será un hecho decisivo en nuestra historia. Fue un proceso muy largo, que empezó con la conquista, y en cierta medida continuó aun después de la caída del Imperio, ya que la Iglesia católica tomó el relevo en algunos aspectos. Sus principales manifestaciones pueden resumirse de forma sintética, según DOMÍNGUEZ ORTIZ, en:
· inmigración: a la población hispana se unirían colonos (itálicos, galos, e incluso sirios) que llegarían unas veces de forma individual y otras en verdaderas oleadas. Los recién llegados se fundieron pronto con la masa indígena
· urbanización: con el crecimiento de antiguas ciudades y la fundación de otras nuevas. A esta urbanización (no superada en Europa hasta el siglo XVIII) habría que sumarle las vías romanas, cuyo trazado parece responder más a las necesidades militares que a las puramente económicas. La Vía Augusta, que iba de Gades a Roma, tenía casi 3.000 kilometros, y era el “cordón umbilical” que ligaba Hispania a la urbe
· la lengua: fue otro factor fundamental de romanización y de cohesión interna. No se sabe cuantas lenguas indígenas se hablaban en Hispania, pero es seguro que un galaico y un balear, por ejemplo, no podrían entenderse. No hubo un plan programado de enseñanza del latín ni se exigió su uso a los pueblos sometidos, pero se fue imponiendo lentamente, primero entre los indígenas asimilados, y luego entre las masas rurales; primero en la Bética (donde consta que en el siglo I se hablaba casi exclusivamente latín) y en la Tarraconense, y más tardíamente en la Lusitania y la Gallaecia. Al final quedó sólo un reducto, el dominio del vasco, en la zona más refractaria a la romanización.
La paulatina disgregación originó multitud de dialectos romances, entre los que más tardíamente se iría imponiendo la fuerza expansiva del castellano
· el derecho, que marca la historia posterior de forma decisiva, y que aún hoy sigue estudiándose en las facultades
· la religión: entre campesinos y pastores se conservaron tenazmente las religiones de los primitivos pueblos de Hispania, mientras en las ciudades se introducían las divinidades del Olimpo grecorromano y el culto a Roma y al emperador. Además, en las ciudades también hallaron seguidores cultos orientales como los de Isis y Mitra, y también halló acogida otra religión de origen oriental: el cristianismo. El cómo se propagó el cristianismo es uno de los temas más oscuros de nuestra historia, y ha sido quizá el más contaminado de leyendas y fábulas, además de las invenciones de los “falsificadores profesionales” del XVIII. De lo que no cabe duda es que fue desde el Bajo Imperio un factor fundamental de unidad, hasta el punto de que continuará siendo decisivo tras la caída del imperio, siendo la Iglesia católica el principal núcleo vertebrador de lo que luego será España.
[1] DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, España. Tres milenios de Historia, Madrid, Marcial Pons, 2000, p.14.
[2] VIGIL, M., “Edad Antigua”, vol I de ARTOLA, M. (dir.), Historia de España, Madrid, Alianza, 1990.

Javier Soria.

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